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Las azafatas tienen razón.



Antes de que un avión despegue existe un procedimiento que obligatoriamente debe llevarse a cabo más allá del tamaño de la nave o de la duración del vuelo. Religiosamente la tripulación debe explicarles a los pasajeros cómo manejarse en caso de que se produzca una emergencia a bordo. Entre todas las recomendaciones que se dan, hay una que siempre me ha llamado la atención y tiene que ver con el principio de atenderse uno primero para poder atender a otros después. Cuando las azafatas explican que unas máscaras de oxígeno caerían delante de cada asiento si un desperfecto hiciera faltar el aire dentro de la cabina, dicen expresamente algo así como: “Si tienen personas a su lado que necesitan ser ayudadas (como por ejemplo niños) no comiencen a asistirlos a ellos hasta que ustedes no tengan bien colocadas y funcionando sus propias máscaras”.



Gracias a Dios hasta ahora nunca me fue necesario ponerme una de estas máscaras en un vuelo. Pero si alguna vez sucediera una circunstancia de este tipo y yo me encontrara viajando con mis hijos, confieso que no puedo asegurar si resistiría la inevitable inclinación de ayudarlos a ellos primero. Es que relegarlos va en contra de mi instinto y de las prioridades de todo buen padre que ama a su hijo. Después de todo, ¿a quién se le pudo haber ocurrido establecer una disposición como esta? ¿Acaso no tienen corazón? ¿Cuál es la razón de un pedido tan egoísta y anti solidario? La respuesta obedece a un principio absolutamente coherente que es aplicable incluso a nuestros liderazgos: Nadie puede ayudar a otros si no se encuentra en las condiciones mínimas necesarias para hacerlo. Dicho en otras palabras: ¿Cómo puedo intentar darle aire a otro si yo mismo no puedo respirar? Probablemente terminemos ambos desvanecidos en el suelo y el saldo resulte en una tragedia doblemente peor que aquella que pretendíamos evitar.





Como líderes hacemos muy bien en vivir pendientes de la salud espiritual, emocional y hasta física de nuestros jóvenes. Ellos son el objeto de nuestro servicio. Nadie discute la alta prioridad que ellos representan en nuestras cabezas, corazones y agendas. Pero un peligro que corremos al enfocarnos en quienes están a nuestro cuidado es precisamente descuidarnos a nosotros mismos.





Ocuparte de ti mismo es bíblico.

Por algo el Espíritu Santo inspiró a Pablo para escribir en Filipenses 2:4 “Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás” Si alguien me pregunta: ¿Está mal ocuparme de mis propios intereses? Yo respondería: Todo lo contrario. Si yo no leo mal, la Biblia decididamente me está pidiendo que lo haga. El ingrediente que agrega luego es que no me tengo que quedar solamente con esa parte, sino que debo incluir en mi menú los intereses de los demás. Lamentablemente tengo que decir que ya he visto suficiente número de casos en los que líderes apasionados por su gente, o en todo caso por su tarea, no obedecieron la primera parte de este versículo y eso redundó en desmoronamientos múltiples. Se vinieron abajo ellos, sus seguidores y sus ministerios.


Siembra para el futuro de tu ministerio.

No es exagerado si te digo que una sabia manera de invertir en el futuro del grupo al que lideras es teniendo cuidado de ti mismo en todos los aspectos. Qué mejor para tus jóvenes que saber que a su líder no se le están por acabar las fuerzas, que no está naufragando en un océano de soledad y desorientación, y que no se lo nota tan desbordado que en cualquier momento puede colapsar. Conozco a colegas con un corazón tan altruista y generoso que viven acomodando todas las cosas en el accionar de sus grupos, de manera tal que nadie se sobre exija y sufra la carga más de la cuenta. Pero a su vez inconscientemente se tiran todo el peso extra sobre sus propias espaldas, las que obviamente también fueron creadas para soportar cierto límite de presión. Ese exceso tarde o temprano trae consecuencias de esas que nadie desea.





Tu propia vida espiritual es más importante.


Trabajar en la vida espiritual de las personas es una de las tareas más trascendentes que se pueden hacer debajo del cielo, pero créeme que el ocuparte de tu situación interior es algo que no puede quedar para después. Tu misión no pasa solamente por acercar a otros jóvenes a Dios, comienza por tu acercamiento a El. No se trata sólo de recomendar a otros que oren y lean la Biblia, presta atención en no descuidar tu propio altar diario. Además de inspirar a otros a vivir vidas limpias, esfuérzate en pulir tu integridad.




Debes contar con alguien.

Es altamente positivo y necesario que tus liderados tengan alguien cercano en quien confiar y en quien apoyarse, alguien a quien recurrir a la hora de escuchar un consejo sabio y prudente, y a la vez contar con una persona a quien rendirle cuenta de su estado y progreso espiritual. Si ellos encuentran todo eso en ti, simplemente debo felicitarte por estar comprendiendo la esencia de tu tarea. Pero déjame preguntarte: ¿En quién te estás apoyando tú? ¿Puedes vivir la misma realidad pero cumpliendo el rol opuesto? Si no tienes un mentor, guía, consejero, padre espiritual o como se te ocurra llamarlo, la realidad muestra que pronto vas a pagar caro esa soledad.





El segundo mandamiento.

Alguien dirá que el hecho de hablar tan claramente acerca de estas cosas puede enviar un mensaje equivocado fomentando el compromiso mezquino, el amor entregado en cómodas cuotas o la frialdad a la hora de jugarse por los demás. Pero está muy claro que el objetivo de esta reflexión no es hacer apología de esos males contra los que siempre combatimos, sino más bien honrar ese mandamiento que Jesús catalogó como el segundo más importante: Amar al otro como uno se ama a sí mismo. La medida o el calibre del amor que siento por mi misma persona, determinará el nivel y la intensidad del interés, cuidado, dedicación y sacrificio que estoy dispuesto a hacer por los demás.


Es hora de volver a velar por tus intereses. Si no te amas lo suficiente no podrás amar correctamente a nadie. Cuídate, bríndate tiempo. A la hora de decidir los detalles de tu ministerio presta atención a tu salud física, emocional y espiritual. Una sana relación con Dios y un buen tutor espiritual no es sólo una necesidad para los demás, es primero un desafío personal. Porque al fin y al cabo, las azafatas tienen razón… Si tu máscara de oxígeno no está bien colocada y funcionando, no vas a tener ni el aire, ni el pulso ni la visión nítida para ayudar a nadie. No vaya a ser que por querer ser un buen líder y seguir tu instinto de ocuparte de todo el mundo que te rodea, te caigas desmayado por haberte postergado a ti mismo para el final. Anímate a obedecer el versículo que hemos mencionado pero en su totalidad. De esa manera estarás cumpliendo con lo que ese Dios lleno de amor que tenemos, espera de nuestro trabajo: Líderes sanos y fuertes y jóvenes que buscan imitarlos.




 Camino cristiano

Las azafatas tienen razón. Las azafatas tienen razón. Reviewed by Unknown on lunes, noviembre 21, 2016 Rating: 5

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Juanjo Sabe